En 1944, Fidelino de Figueiredo publica en Coimbra la «Historia literaria de Portugal», obra de síntesis en la que realiza un recorrido cronológico por los principales periodos de las letras lusas. Sus tres volúmenes (I. Introducción histórica. La lengua y la literatura portuguesas. Era medieval; II. Era clásica: 1502-1825; III. Era romántica: 1825-siglo XX) analizan los avatares de una literatura, la portuguesa, unida indefectiblemente a la fortuna de una lengua y una nación. Así lo confirma la introducción histórica que abre la primera parte de esta magna obra, en la que se encarece el papel ejemplar de las letras nacidas al calor del apogeo imperial. La segunda sección examina la génesis del idioma portugués y describe los rasgos esenciales de la literatura lusa contrastándolos con los de la tradición española, en una dialéctica enmarcable en el debate iberista de la primera mitad del siglo XX. Por último, la tercera sección se centra en los diversos géneros (historiografía, lírica, épica, prosa didáctica, y otros) que nutren las dos épocas del Medievo escritural portugués. En la segunda parte de este volumen se abordan las tres épocas en que se divide la que denomina "era clásica", que abarca algo más de tres siglos y en la que florecen numerosos géneros literarios -desde la poesía lírica hasta la epistolografía o los escritos moralistas- que son atendidos con exhaustividad. La primera etapa (1502-1580) gira en torno al esplendor político de los Descubrimientos, y en ella destacan el teatro pionero de Gil Vicente y el genio poético de Camões. La segunda fase (1580-1756) acusa la decadencia del influjo español y de un sebastianismo ante el que Figueiredo muestra sus reticencias. El último período (1756-1825) explora el proceso de institucionalización que supuso la creación de academias a partir del papel seminal de la Arcádia Lusitana y la Academia Real das Ciências. La última sección se centra en unas consideraciones finales sobre el clasicismo y los periodos de auge y decadencia de las letras portuguesas. En la tercera y última parte, Figueiredo repasa el periodo más cercano a la contemporaneidad, que divide en tres fases. La primera de ellas es la romántica (1825-1871), que tiene dos inflexiones: la anglófila, representada por Garrett, y la germánica, encarnada en Herculano, gran renovador de la novela y de la historiografía. La segunda (1871-1900) es la realista, cuyo pistoletazo de salida lo constituyen las conferencias del Casino Lisbonense, y que tendrá en Antero de Quental, Eça de Queiroz y Guerra Junqueiro algunas de sus figuras más relevantes; también lo son historiadores como Teófilo Braga y Oliveira Martins. La tercera época (de 1900 en adelante) aborda el movimiento simbolista en la obra de Eugénio de Castro, así como las reacciones culturales y literarias a la República instaurada en 1910: la progresista de los integrantes del grupo Renascença Portuguesa y la tradicionalista de los componentes del Integralismo Lusitano. La incertidumbre y el peso trágico de la guerra impregnan el epílogo en el que Figueiredo reflexiona sobre la conexión de la identidad literaria portuguesa con el absurdo. Haciendo gala de una mentalidad historicista que no desdeña ni el posicionamiento crítico ni la fluidez ensayística, Figueiredo muestra asimismo su fina conciencia comparatística, siempre atenta a las relaciones interliterarias. La especial sensibilidad ante los contactos entre las tradiciones de la Península Ibérica y la sugestividad de muchos de sus juicios amparan la estricta actualidad de esta obra que Athenaica recupera para el lector español.