La península ibérica es una región con núcleos urbanos rodeados de extensísimas zonas oscuras. A destacar, por ejemplo, el negror del interior valenciano, soriano, burgalés o el occidente manchego-salmantino. Con tantas zonas deshabitadas, muchas de ellas substrato de bosques extensos, montañas misteriosas o valles solitarios, no es extraño que a lo largo de la historia hayan surgido todo tipo de asentamientos humanos aislados, especialmente idóneos para ser escenario de leyendas e historias muy diversas relacionadas con lo sobrenatural o con el misterio infinito que es la conducta humana en ciertas ocasiones. Hay de todo: bosques sagrados, santuarios extraños, despoblamientos sospechosos o elementos mobiliarios mórbidos, como las frecuentes fosas de necrópolis rupestres, por ejemplo. Son lugares a los que no conviene ir de noche, a riesgo de tener un mal encuentro?
Pero lo más siniestro es que esos lugares a los que no conviene ir tras el ocaso siguen existiendo en todas partes, y algunos de ellos están muy cerca de nosotros. La mayoría de estos sitios sorprenden porque de ellos no esperamos tal cosa: de día son alegres, vitales, sosegantes y amenos; pero de noche se vuelven lúgubres y llenos de cosas invisibles que acechan peligrosamente.
Lugares a evitar cuando cae la noche es un viaje a esa ambivalencia que tienen ciertos sitios, explicando por qué razón inquietan, incluso a quien nada sabe de ellos. Abundan en nuestra península, aunque muchos son totalmente desconocidos.
Dice una chanza popular: ¡Aquí hay más ruido que un cementerio de noche! No hace falta decir mucho más.