Las ""Homilías sobre el Evangelio de san Juan"" son una obra maestra, comparable sólo a los otros dos comentarios a dicho Evangelio: el de Agustín y el de Orígenes. Éste de Juan Crisóstomo se distingue por la elocuencia de la palabra y el arte con el que sabe hacer penetrar, en los misterios revelados por el evangelista Juan, a un público más amplio y diverso. ""Boca de oro"" fue llamado, precisamente por su carisma especial. Su auditorio, en Antioquía y en Constantinopla, a menudo estallaba irresistiblemente en aplausos cuando le oía con su estilo brillante y popular, original, imprevisible y vivo. Pues bien, toda su extraordinaria oratoria, todos sus discursos apuntaban a algo esencial: llevar a las gentes a la práctica del Evangelio, sin medias tintas. Él, que durante cierto tiempo se formó con los ermitaños, en los alrededores de Antioquía, quería que se realizase aquella perfección de los monjes -aquella vida angélica, como él la llamaba-, en medio del pueblo, entre gentes de todas las profesiones y estados; en las ciudades, en las familias. Ésta era una de sus ideas dominantes. Por todo ello, Juan Crisóstomo ha sido, con razón, definido como el maestro de vida cristiana para los laicos. Y no fue casual el que Juan XXIII lo proclamara ""celestial patrón"" del Concilio Vaticano II. Pues bien, Crisóstomo puede delinear precisamente al laico, su fascinante ideal, hecho para todos. Mientras desmonta, con golpes bien dirigidos, los obstáculos que se encuentran por el camino, presenta una religión positiva, con una lógica tan eficaz, que es capaz de llevar a las grandes decisiones, a la conversión radical, a vivir verdaderamente el Evangelio.