Para un cristiano, contemplar al Señor no es un lujo o un pasatiempo piadoso, sino una necesidad. Estas páginas nos invitan a contemplar juntos un verdadero tesoro escondido en la Iglesia, el Cristo de San Damián, el mismo que fue testigo de la conversión de san Francisco de Asís. Quien contempla el Crucifijo en la capilla de Santa Clara, donde se halla actualmente, no puede sino sucumbir a una poderosa conmoción y experimentar una sacudida del espíritu. Como el que se asoma a un vértigo de gloria. El Cristo de San Damián es un ""Cristo total"": este icono expone íntegro el misterio de Jesús, a la vez crucificado, muerto, resucitado, glorioso y dador del Espíritu Santo. Pero contemplar a Cristo no nos enajena en una experiencia intimista o mística, al margen de la dolorosa realidad humana, sino que nos infunde energía para la lucha por la paz. Inmersos en un mundo que habita en permanente conflicto, donde se levantan muros de odio entre las naciones y de discordia entre los hermanos, este Crucifijo representa un motivo de esperanza y una urgente llamada a construir sin desfallecer la obra de la paz y la reconciliación.