El proceso reduccionista al que se ha visto sometida la política, convertida en una pura relación de poder, se ha solapado paradójicamente con una Sociedad despolitizada y un Estado desapoderado. También con la perversa «difamación sistemática» de todo poder. Sin embargo, del poder dependen las posibilidades de perfeccionamiento del orden político y de la humana existencia. El poder, dice F. J. Conde en El hombre, animal político, es 'fuerza organizable para la perfección del orden interhumano'. Conde, en estas mismas páginas, completa su ontología del poder con una ontología de la con-vivencia. La interrogante trascendental no es la del porqué la existencia política, sino la del modo de ser de la realidad política, es decir, la pregunta clásica sobre la politicidad del hombre. En El hombre, animal político queda apuntada la deficiencia sustancial de las tres respuestas clásicas. Para los griegos, la política es ascensión; para el cristiano medieval, conversión; y para el hombre moderno, progreso. Las tres han tomado la politicidad como un factum. Pero semejante presunción, advierte Conde, reposa sobre el error de dar por supuesto lo que en realidad debe ser explicado. Así pues, lo decisivo no es que el hombre sea un animal político, sino que puede serlo, debe serlo y, sobre todo, tiene que serlo. El hombre, animal político, publicado por vez primera en 1957, se ha convertido ya en un pequeño clásico del pensamiento político contemporáneo.