Prólogo de Ian Gibson. Los conflictos étnicos sucedidos en El Ejido durante los primeros días de febrero del año 2000 son ese tipo de acontecimientos que marcan el devenir de un pueblo en su futuro más próximo. Siempre habrá un antes y un después para El Ejido, tanto en el ámbito nacional como local y provincial. Hoy no es posible saber si volverán a repetirse en el tiempo, con la misma o mayor intensidad; pero no debemos ignorar que este peligro sigue vigente, sobre todo hasta que no se transformen las estructuras socioeconómicas que los provocaron y que aún se mantienen. Este conflicto ha puesto de manifiesto, una vez más, que situaciones de constante inestabilidad sociolaboral y cultural suelen desembocar en conflictos de este calibre. La desconfianza mutua entre los miembros del grupo mayoritario -los españoles- y los grupos minoritarios -colectivos de inmigrantes-, el recelo constante, la mirada aviesa, los prejuicios, incluso el tratamiento que de la situación venían haciendo los medios de comunicación, ya habían calado muy hondo en todos. No obstante, el conflicto tiene, aún siendo dramático, su lado menos malo: ha penetrado en nosotros de manera que nos ha despertado del ensueño de que «nosotros no somos racistas», «los racistas son otros». A partir de ahora también en España habrá que estar vigilantes, pues lo sucedido en El Ejido es perfectamente exportable a otros lugares de España. Un conjunto de estudiosos de la Universidad de Almería, dirigidos por el antropólogo Francisco Checa, explican las claves socioeconómicas, políticas, culturales, sociales y psicológicas -endógenas y exógenas- que dieron origen a ese estallido xenófobo, que dio la vuelta al mundo.