«Cuando uno ha estado en un país que probablemente no verá nunca más -escribe Emilio Cecchi-, y no ha estado como un baúl, sino teniendo abiertos los ojos y el intelecto, es natural que este país le vuelva a la memoria. Y yo siempre he notado que los recuerdos de esta especie tienen algo de inocente remordimiento. Mientras defendemos su novedad del roce del vivir cotidiano, no podemos por menos que preguntarnos si estamos completamente seguros de haber sido leales a los testimonios que nos ofrecieron la naturaleza, la vida y los monumentos, y de no haber desfigurado, para mal o para bien, lo poco que nos parecía haber visto. Un viajero sensible repite en la mente sus peregrinaciones, un poco como un asesino de una clase especial, que de puntillas regresa al lugar de su involuntario y placentero crimen.» A principios de los años treinta, Cecchi decidió recorrer California, Nuevo México y México; el resultado de ese viaje son estas páginas, atravesadas por la feroz virulencia de la luz mexicana, que se publicaron en 1932 por primera vez.