Que el Imperio romano apostara por el cristianismo no fue una cuestión menor. Y esto sucedió a partir del emperador Constantino. No decretó la oficialidad del cristianismo, ni de ninguna de sus variantes, pero sí sentó las bases para que este proceso fuera posible. Por tal motivo el tema "Constantino" está presente con frecuencia en las discusiones científicas e incluso en algunos medios más cercanos al público en general. Este libro propone un enfoque político del asunto. Constantino fue el agente principal en la eliminación del sistema de gobierno colegiado (cuatro emperadores) que había ideado Diocleciano a finales del siglo III d.C. En la construcción de su poder personal resultaron básicas sus victorias en los campos de batalla, pero también una nueva justificación ideológica del poder, que se iba a distanciar para siempre del efímero ensayo tetrárquico. Durante el periodo de gobierno de Constantino, fallecido en 337 d.C., continuaron los cultos tradicionales del mundo romano, pero el cristianismo obtuvo una consideración especial de la que nunca había gozado. No solo se decretó la tolerancia, que ya había decidido Galerio unos años antes, sino que se impulsaron construcciones cristianas, y sus líderes comenzaron a recibir el apoyo jurídico y económico del Imperio. La convocatoria de concilios, de magnas reuniones episcopales, fue quizás uno de los escenarios más gráficos de la nueva relación entre el Imperio romano y los cristianos. Que el emperador se terminara bautizando en su lecho de muerte fue una especie de punto final simbólico a un proceso cuya base política e ideológica supone el tema de este ensayo.