La noche de los perros yo estaba con Antonio. Oímos ahogar sus ladridos con la sal de un mar nocturno que nos esperaba como testigos de la muerte anunciada...pero no era la nuestra y la noche, una vez más nos engañó con la luna. Aquella noche no nació Caos. Caos había nacido mucho antes....antes que naciera la pena siempre atrevida de quien se reinventa una y otra vez la orgía saludable de comerse el delirium tremens y acierta a poner nombre al sufrimiento. Aquella noche no nació Caos, pero nació la necesidad de volver a regodearse en la palabra, en las leyendas de dioses y diablos, en bibliotecas que tienen sueños y se reconstruyen con cada frase, en mensajeros que no esconden su carisma y donde la voluntad de morir se convierte en obsesión. Pero Caos, tal y como se lee, puede significar muchas cosas. Eso, a estas alturas del prefacio, parece poco importante; el sentido de las cosas que se escriben no van más allá de un lucrativo significado del propio ser y además no me gusta dar pistas sobre mi particular visión del texto, entre otras cosas porque el texto ya habla por sí mismo, mejor... por nosotros, por cada uno de nosotros.