«Mi padre me compró en la ciudad por 365 francos. Eso es mucho dinero, más aún por una niña que no tiene ojos en la cara. A mis padres se lo oculté durante tanto tiempo como pude; si quieres convertirte en hija, es preferible no destruir sus esperanzas nada más cruzar la puerta. Eso nos lo inculcó la directora. En su casa no nos podemos quedar: somos demasiados, tenemos que integrarnos con la gente. A los que tienen los ojos bonitos, el pelo tupido y buena dentadura les va mejor. A los demás nos conviene tener también algo en la cabeza; es el órgano más importante, puede llegar a sustituir un brazo. Pero no todos los seres humanos son iguales. En el caso de los padres, el órgano más importante es la paciencia.» Así comienza la historia de Picoverde, que, tras ser entregada en adopción, llega a su nuevo hogar: una variopinta familia rodeada de vecinos y amigos inmigrantes en la Suiza de los años setenta. La niña intenta comunicarse con todos ellos gracias a una colección de palabras que clasifica en cajas de cerillas. El grupo, del que también forma parte Jon, el estrafalario abuelo adoptivo, deberá hacer frente a las dificultades cuando en un armario aparece algo con lo que no contaba nadie.