Considerado «divino» por sus contemporáneos, Giulio Camillo (Friuli, ca. 1480-Milán, 1544) utilizó sus vastos conocimientos de magia, cábala, filosofía neoplatónica, hermetismo y retórica para diseñar su teatro de la memoria. El «secreto» de este edificio, que anhelaba conocer el rey de Francia, Camillo lo revelaría, al final de su vida, al marqués Del Vasto, Alfonso Dávalos, gobernador de España en Milán, por medio de La idea del teatro, obra publicada, a título póstumo, en 1550. Alma o mente artificial, la prodigiosa máquina mnemotécnica de Camillo pone ante los ojos del espectador el universo del saber, sirviéndose para ello de las divisiones astrológicas del teatro, basado en Vitruvio, y de las imágenes talismánicas que jalonan el singular edificio. Junto a la llave que abre los tesoros de la elocuencia y la poesía, lo que explica la admiración que Ariosto y Tasso dispensaron a Camillo, éste proporcionó igualmente a los pintores una fascinante fuente de inspiración. Tiziano dibujó, en 201 hojas, el elenco completo de las imágenes que se describen en la obra, corpus excepcional de ilustraciones que perteneció al humanista Diego Hurtado de Mendoza y que desaparecería en el incendio de El Escorial de 1671. Pintada unos veinte años después de la muerte de Camillo, la Alegoría de la Prudencia puede darnos una idea de cómo interpretó Tiziano las imágenes del mago veneciano, algunas de las cuales también se dejan ver en Las hilanderas, uno de los cuadros más enigmáticos de Velázquez. Esta edición incluye un prólogo de Lina Bolzoni.