No cabe duda de que el hombre a lo largo de la Historia ha hecho de la guerra y de los conflictos con sus vecinos uno de los rasgos característicos de su evolución. La guerra ha sido la forma tradicional de dirimir los litigios, al mismo tiempo que un instrumento ideal utilizado por los gobernantes para canalizar la violencia de sus gentes hacia los enemigos exteriores, con la promesa de botines. Estos gobernantes supieron utilizar el Arte como arma propagandística de primer orden para perpetuar su éxito político y militar, con representaciones que constituyen obras maestras en las que se refleja vívidamente el dolor y la humillación de quienes osaron enfrentarse a su invencible poder. Al mismo tiempo, magnificaron convenientemente sus victorias con desfiles triunfales en los que exhibían como trofeos los botines, pero sobre todo los prisioneros deshonrados, ofreciendo a sus pueblos espectáculos impresionantes. Las distintas modalidades de conflictos posibilitaron la captura de ingentes cantidades de prisioneros a los que esperaba un sombrío futuro, pero en ocasiones el destino de algunos de ellos pudo mejorar al huir o ser rescatados o intercambiados y, paradójicamente, incluso por la misericordia de sus captores que, evidentemente, siempre persiguió objetivos prácticos, como su utilización para repoblar zonas antes deshabitadas o como arma propagandística, ya que muchas guerras fueron emprendidas para conseguir nuevos territorios, lo que indujo a los vencedores a tratar de forma más humanitaria a la población dominada.