Inventario de la casa de campo documenta el viaje del autor -que se siente ya transeúnte de «la tempestuosa estación de los adioses»- al encuentro de las personas y los lugares de los veranos de su infancia y adolescencia toscanas: parte esencial de las raíces de su educación sentimental y estética. Lo escribió en 1939, en un verdadero clima de tragedia, cuando a las atrocidades del fascismo en el poder, parecía próxima a sumarse la implicación activa de Italia en el proyecto hitleriano, con un previsible desenlace de guerra. Y lo hizo, precisamente, al tiempo que redactaba también su Diario; buscando, sin duda, en tal referente de ensueño, guardado en la memoria como un tesoro, el necesario contrapunto de la dureza de las vicisitudes censadas en este último con atormentada lucidez. Este texto, inicialmente destinado a los amigos, ha conocido luego, por su gran belleza, diversas ediciones (una reciente en francés). En él, junto a la cálida, nostálgica evocación de las relaciones personales sobrelas que discurre, hay también una recreación literaria, incluso una sugestiva teoría, de los paisajes de la Toscana, en la que se hace asimismo patente el extraordinario pintor que también fue Piero Calamandrei.