En la época moderna se han desarrollado con enorme profusión ensayos de carácter económico, social, histórico, teológico, antropológico, etc., sobre el trabajo humano, sobrepasándose, en muchas ocasiones, el concepto exacto del trabajo. La Iglesia católica ha participado en este quehacer, intentando a veces contenerlo, pero nunca ha comprendido ni amado el trabajo industrial. Los católicos se han sentido alejados, en cierto sentido, de la importantísima tarea social de producir riqueza, la han mirado con recelo. La invención de nuevas formas de organización del trabajo humano y de innovaciones en el mundo de producción se han dejado para otros, burgueses o marxistas. Con la Laborem Exercens la Iglesia va más al fondo, llega al corazón del concepto mismo del trabajo humano. En lugar de trazar un modelo ideal, Juan Pablo II ayuda a comprender lo que ha acontecido y sigue aconteciendo en la historia, de qué modo puede el hombre transformarse con su trabajo, hacerse más hombre.