Si algún día me abraza la sombra, no me vacíen las cuencas de mis ojos con el silencio". Así se expresa uno de los personajes que pueblan este libro. Y es que esta demanda de vida es un claro denominador común en la galería de perfiles que a modo de jambas sostienen al conjunto de relatos, por más que el autor anuncie irónicamente en el prólogo la falta de unidad en sus historias. Nos hallamos ante un libro en el que conviven sin estridencias el microrrelato y la narración de más largo recorrido, textos en las que palpita sin excepción el imprescindible aliento de la fábula, que en todo momento atrapa. Simbiosis de vida y ficción mediante la cual el autor nos entrega a sus personajes casi sin rostro, sin aspecto físico, sin ropajes: los bota al mundo para que naden, floten y sean... Para que la mirada inteligente del lector los salve. Asistimos en esta obra a otra suerte de avenencia, como en el relato que da título al libro, de lo histórico reinventado y la fuerza de lo individual, que tiñe la anécdota hasta darle magnitud de narración; a pesar del criterio esgrimido por ese otro autor de La niña del malabarista: "Escribí mi historia centrando el interés en los personajes, en sus relaciones plagadas de hipocresía, sobre un lecho de acontecimientos desvestidos adrede de relevancia para el propio relato". Sin ahorrarse algún que otro equívoco, tarea propia de quien inventa, el autor ha fundado una patria para sus personajes, una patria peculiar de fronteras imprecisas, de forma que sin pagar peaje ruedan de un plano a otro de la realidad en busca de preguntas que justifiquen las respuestas que en su devenir han fabricado, inventándose a sí mismos, como una nueva realidad que envuelve al propio lector. El carnaval de la vida, explícito en varios relatos, recorre este libro. Una mixtura de disfraces que no impide la reflexión en torno al propio acto de escribir, la mirada crítica a la realidad o el humor sutil, que discurre por el subsuelo de muchos de los relatos como desafío incluso a la presencia siempre inquietante de la parca... Todo ello sostenido sobre una preocupación del autor por el lenguaje, sin el que no habría literatura; una preocupación nunca reñida con la eficacia ni con la historia que pretende contar. "Con la mínima dosis de fantasía se puede combatir al tedio y a la rutina. No sería mala idea convertir en carnaval cualquier otra ocasión.