Ramón, el dragón, no podía hablar, siempre estaba enfadado. Atemorizaba a todos los animales, echaba fuego por su feroz boca y destruía todo lo que había a su paso. Un día llegó un pollito que quiso ayudarle y solo tuvo que prestarle un poco de atención, tuvo paciencia y le supo ayudar. Ramón necesitaba ser escuchado y con un popurrí de colores se formó una gran herramienta de comunicación.
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