Mientras el Imperio británico empieza a pudrirse y los periodistas se pelean para anunciar su muerte, un adolescente del barrio de Surrey, que vive la mayor parte del tiempo en un universo semiparalelo, se convierte en el personaje más popular de la literatura contemporánea. Harry Potter es inglés, un huérfano, oprimido por los adultos que lo rodean, que se retira a un mundo fantástico donde sus problemas son más ¿elementales¿: rituales diarios, hechizos y varitas mágicas y algún mago homicida del que preocuparse ocasionalmente. Paradójicamente, como Andrew Blake deja claro, J.K. Rowling caracteriza sus personajes a través de la reinvención del símbolo por antonomasia de la clase privilegiada, el internado inglés, un concepto literario que cuestiona el estatus de Harry Potter como modelo y plantea importantes cuestiones sociales sobre el estado de la educación en la Inglaterra de Tony Blair. El examen al que Andrew Blake somete el fenómeno de Harry Potter plantea también serias preguntas sobre las condiciones de la industria editorial, de la venta de libros y cine, así como de los modos en los cuales la promoción publicitaria de Harry Potter ha cambiado nuestras ideas sobre la literatura y la lectura. Blake reflexiona sobre cómo esas conexiones, aunque sacadas del contexto inglés, actúan como patrón/explicación del éxito internacional de Harry Potter.