Hacia el año 1150, Hildegard de Bingen reunió sus composiciones y formó con ellas un ciclo lírico completo al que llamó «Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales», corpus que incluye la notación musical de la propia autora. Las canciones de la Sinfonía fueron compuestas para diversas ocasiones litúrgicas, para las horas canónicas, las fiestas de los santos, la consagración de una capilla y para algunas de las fiestas del ciclo litúrgico destinadas a Dios, a la Trinidad, o a María. De acuerdo con su pensamiento, la música y el canto, en particular, eran una actividad humana por excelencia; por ello, en muchos de sus escritos la visionaria desarrolló sus ideas sobre la importancia y trascendencia de la música en la historia humana. Este pensamiento se expresa en el ordenamiento de las canciones, fundamentado en una concepción jerárquica del mundo; esta jerarquía, evidente en el orden de aparición de las canciones, hace pensar en un "relato" subyacente, a saber, una «Historia Sagrada». En la recuperación reciente de la obra de Hildegard -sus textos visionarios, médicos, científicos, además de su epistolario- parece claro que su poesía lírica y dramática ha sido relativamente descuidada por la crítica literaria; por el contrario, la Sinfonía y su Ordo virtutum han sido muy valorados por musicólogos y artistas, que han estudiado y ejecutado sus obras. De ahí la importancia de esta traducción, la primera versión íntegra en lengua castellana, que pone a disposición del lector la lírica hildegardiana, caracterizada por su verso libre y por el uso de un latín poco pulido.