«Nevaba, Hacía frío, mucho frío, aquel atardecer de enero. Tenía el corazón helado, la galerna del Cantábrico congelaba mis huellas. Caminando por la orilla del mar, recordaba. Había sido un año difícil, duro, muy duro. Mis padres, ambos, acababan de morir tras sufrir largas y penosas enfermedades, prolongadas agonías. Meditaba sobre el misterio de la muerte, la tristeza del presente, la soledad del futuro (...) Fue entonces cuando comprendí lo que tenía que hacer para dejar que el milagro de la vida continuara, floreciera entre la tristeza y la nostalgia. Hacer el Camino de Santiago». Este es el punto de partida del viaje que cambiaría la vida a Alfonso Biescas, un hombre totalmente destrozado tras cuidar de sus padres durante años. Empieza en Roncesvalles, con una tristeza profunda y sólida, y día a día, kilómetro a kilómetro, el Camino va obrando en él su Milagro. Consigue encontrarse a si mismo entre lágrimas de tristeza al principio y alegría y emoción al final.Se trata de una narración de estilo muy fresco, en que se mezclan anécdotas de viajero, risas entre compañeros que aparecen y desaparecen, con reflexiones sobre la superación emocional y el reencontrarse con la belleza de la vida. El autor consigue transmitirnos a través de su relato de qué forma consiguió superar uno de los momentos más complejos de su vida y además nos contagia una vitalidad y unas ganas de hacer el Camino extraordinarias.