Antes de salir de Madrid, Alejandro había reservado una mesa en aquel restaurante que tanto le gustaba a Laura. Ella se conocía a la perfección la historia de aquel palacete construido sobre una antigua mezquita árabe del siglo IX, situado en el privilegiado entorno de la Ronda Monumental. Y aunque la cocina fuese de tipo tradicional y no deparara grandes sorpresas, el marco del local era excepcional y compartía con agrado su elección. Quería sorprenderla ya que el día anterior, agotando toda su labia, había conseguido arrancarle un « te perdono » Ahora tenían por delante todo el fin de semana para estar juntos y una vez más, dispondría del tiempo suficiente para hacerle olvidar su última torpeza. En algunos momentos habría tenido que abofetearse a sí mismo por necio y por torpe. Se olvidaba con demasiada facilidad de que Laura tenía personalidad propia y de que, lo que normalmente funcionaba con las demás, con ella surtía el efecto contrario. Procuraría cuidar mucho su comportamiento y sus reacciones. Por nada en el mundo haría o diría algo que pudiese enojarla de nuevo. Una voz anunció el aterrizaje del avión y sonrió satisfecho. En media hora la estrecharía entre sus brazos.