La Lógica de Antonio Benítez no esconde motivaciones pretenciosas, del orden de las vanidades: no proyecta sustituir a ninguno de los libros sobre lógica que hoy circulan, ni mucho menos a sus autores. Si así llegara a ser, no lo decidiremos nosotros, sino los trabajos y los días. Su intención es más humilde, quién sabe si maliciosa, justamente por humilde. Dirigida a la gente filosófica, y por lo tanto a un público bastante amplio -si se entiende por tal no solo a los estudiantes y profesionales de la filosofía, sino también y sobre todo a cualquiera interesado (o apelado) por las cuestiones decisivas, de fundamento, de principio-, de lo que se trata es de que esa gente no pierda demasiado el tiempo entre falsas nebulosas conceptuales. En lenguaje más llano: que no choquen una y otra vez con la misma pared de cristal. Sin saberlo. Para acercarse a su propósito, Antonio Benítez ha prescindido de los ejercicios, porque abruman, y si abruman, disuaden de seguir trabajando; porque, cuando no abruman, divierten mucho, y en este caso el divertimento distrae de las cuestiones decisivas, de fundamento, de principio. No ha renunciado, sin embargo, a las formalidades, pero acude a ellas tan solo cuando la precisión conceptual de la filosofía las hace imprescindibles.