De la misma manera que el naranjo amargo, nombre común del citrus aurantium, es un árbol de valor ornamental cuyo fruto posee una sabrosa pulpa ácida o amarga y un color naranja intenso en la madurez, este poemario destila un profundo sentimiento de amargura muy próximo a la elegía. No se trata tan sólo de un poemario que lamenta y sufre la muerte de un ser querido, sino que describe con metáforas de rica factura todo el proceso de sufrimiento que las grandes pérdidas dejan tras de sí: la sensación de orfandad, de impotencia, de soledad impuesta, de desasosiego, de desilusión e incluso de desamparo. Sin duda alguna, el lector aplicado verá igualmente en estos versos una reflexión sobre la gratuidad del dolor y la esterilidad del sufrimiento, así como también sobre la necesidad de reinventarse del ser humano. El fin es tomar, aunque prestadas, esas alas de oro de la poesía tan necesarias para volar en pos de otros señuelos: del naranjo amargo también se extraen -recordémoslo aquí- el agua de azahar y la dulce esencia del neroli. Las ilustraciones son de Alberto Blecua, catedrático de Literatura del Siglo de Oro Español en la Universidad Autónoma de Barcelona.