En este mundo desquiciado, sin centro, profundamente neurótico, en el que el discurrir de las cosas se ha distanciado por completo del discurso sobre las mismas, cabalgando una escisión de evidentes consecuencias, la Literatura, que, como siempre, es mímesis de la realidad, nos ofrece estos relatos que quieren ser espejo, o una foto fija (pero con temblor al fondo, como pedía Cortázar) en los que, con profunda compasión, inteligente sonrisa y un enorme brío estilístico, la autora pone el acento de su pluma sobre las pasiones del alma, los recovecos más inquietantes del ser humano, las paradojas antinaturales de la civilización y el así llamado progreso, mientras busca, con el candil del filósofo, esa sabiduría escondida que anida siempre más allá de las apariencias, los cantos de sirena del mercado o el diván aterciopelado del psicoanalista. Izara Batres, extraordinaria poeta, se presenta como una narradora sutil, culta, profundamente humana, incisiva y, a trancos, delirante. No se pierdan estas confesiones, estos retratos, porque en ellos, acaso, podríamos ver pasar a algún conocido.