Los pensadores de la vieja Grecia, racionalistas e idealistas a ultranza y descubridores de las esencias, diferenciaban entre los "misterios" sacros, por naturaleza inescrutables, de los "enigmas" físicos susceptibles de resolución. Para ellos la criatura humana, el hombre, racional por definición, se constituía en el enigma por excelencia. El hombre que llegara a conocerse a sí mismo, encontraría la llave que le daría entrada en el palacio de su meta utópica: la Sabiduría. El "hombre ingenuo" es una entelequia surgida entre esos hombres. Postula que cada criatura humana nace "completa" y, en consecuencia, "sabia". En su embrión está contenido en potencia todo el saber. Ocurre que al entrar a formar parte de la cadena de la vida, al quedar sumergida en una sociedad imperfecta, su naturaleza esencial se contamina. De inmediato el olvido hace presa en ella y la impronta de ignorancia. Si se pudiera aislar a un recién nacido del efecto contaminador y mantenerlo apar¬tado de él, en él se manifestaría el prototipo humano.