Traducir: expresar en otra lengua algo dicho en la lengua original. O sea: descodificar para recodificar en distinto código. Traducir poesía: recrear en una lengua un objeto verbal artístico creado en otra. ¿Recreación o creación? ¿Es el poema traducido una construcción equivalente, u otra creación original? La traducción, ¿una operación imposible? Traduttore, traditore, reza el adagio toscano. La traducción poética, ¿una traición inevitable? Para Robert Frost, poesía es aquello que se pierde al traducir. Pero poesía, además, puede ser alguna vez lo que se gana al traducir -según acotó sagazmente Jaime Gil de Biedma. Fanopeia, melopeia y logopeia: imagen, melodía y vocablo: tres ingredientes básicos que cada tipo de poesía conjuga en grado diverso. Las imágenes condescienden a ser traducidas (Rimbaud, Blake, Neruda... Más esquivos, los ritmos pueden ceder en ocasiones (Verlaine traducido por Manuel Machado, Cavafis vertido al inglés por Rae Dalven. Inaccesibles, las connotaciones, chispazos verbales provocados por la intimidad del verso, se pierden necesariamente en la mejor versión (Góngora, Donne, Corbiere, Eliot. ¿Cómo expresar en otra lengua el libre centelleo de la palabra hablada? Se preguntaba Ezra Pound. O -problema familiar al traductor de poesía inglesa-, ¿cómo verter el contenido de un pentámetro yámbico en un endecasílabo sin dejarse nada fuera? El mayor poeta probablemente de su generación, LUIS CERNUDA (Sevilla, 1902-México, 1963) ha sido calificado como el más europeo de esos poetas españoles. Además de en la tradición vernácula, su poesía bebe en la poesía francesa e inglesa fundamentalmente, y en la alemana e italiana, en menor medida. Su labor traductora (versiones de Eluard, Nerval, Shakespeare, Yeats, Wordsworth, Holderlin...) será objeto asimismo de una atención que hasta ahora la crítica le ha concedido con cierta parsimonia. En este libro se abordan, pues, las versiones cernudianas así como ciertos problemas peculiares de la babélica operación en que consiste el TRADUCIR Poesía.