Cómo se divertían los madrileños durante todo el año. Romerías para empezar; en las noches de estío, el carrusel de las verbenas, y, otra vez, las romerías que engarzaban con las «alegres» visitas a los cementerios y con el jolgorio, más recogido, de la Navidad. Romerías famosas, como la de Santiago el Verde y San Isidro, y romerías curiosas, como la de San Antón, la del Trapillo, de atuendos tan dispares, y la de la Cara de Dios, con nombre que es un piropo. Verbenas -entre otras- como la de San Antonio, protagonizada por las modistillas y la de San Juan, con su carga pagana. En el catálogo de las devociones madrileñas -incompleto, claro está- que aquí se realiza, figuran junto a las imágenes siempre veneradas, como son la del viajero Cristo de Medinaceli, el simpático Niño del Remedio, la antigua Virgen de la Almudena, la cortesana Virgen de Atocha o la castiza Virgen de la Paloma, otras que están muy olvidadas como el Cristo de la Agonía, o el de la Buena Muerte, el Niño Montañes o la humilde Virgen de las Maravillas y el tercer grupo de efigies, casi totalmente desconocidas, como son la Madona de Madrid, encerrada en el claustro, Nuestra Señora de Madrid, una devoción para el dolor o La Virgen del Arco, con su impresionante mancha de sangre. Después, el autor se refiere a las manifestaciones públicas religiosas, en las que lo lúdico permanece agazapado, y hace un repaso a las características: la Semana Santa, el Corpus, la Minerva o El Dios Grande y el embrujo de la fiesta de La Paloma. Luego, resalta la importancia artística de la Imaginería Actual Madrileña -tan bella y desconocida- surgida tras la profunda convulsión religiosa que originó el Concilio Vaticano II. Finalmente, esboza las semblanzas de los trece obispos de la Diócesis Madrileña, desde el inicial, asesinado en la escalera de la entonces Catedral, hasta el actual, el Dr. Antonio Rouco Varela. En resumen: todo el mundo, toda una raíz matritense que va a caer en el olvido y que es necesario recuperar para el recuerdo y para la Historia.