Después de Monterroso, todo el mundo sueña con dinosaurios, bien alentregarse al plácido sueño o bien al despertar al clamor del día.Miguel Ávila Cabezas no iba a ser menos, aunque él, llevado de sucaleidoscópica imaginación, conjura realidades que también seconcentran en la brevedad de la expresión. Por La otra cara de lamoneda se asoman, sin ir más lejos, Sócrates y la evidencia de sumuerte, Aquiles y la tortuga, que nunca llegaron a ningún sitio puesnunca partieron de ningún lugar, la feroz disputa de las palabras porser las primeras en coronar el texto sublime, o el mismo Ripley, quesabía sin saber ni saberse, o también esa familia de todos losdomingos y fiestas de guardar que, bien pertrechada de los necesariosútiles, se dirigen al bosque para oficiar el rito de su sacrosantabarbacoa, utilizando, eso sí, el bosque entero como parrilla. Y así,en 101 destellos de ingenio y mordacidad no exentos del humor y laironía (la otra cara de la moneda), que todo lo impregnan, acude a los ojos y la mente del lector el universo entero concentrado finalmenteen el mismo vacío que, bien mirado, es la somb