Los estudios recogidos en este volumen analizan aspectos esenciales para un mejor conocimiento de Constantinopla, la urbe que haría de su emplazamiento el punto de partida de su brillante trayectoria. Fortaleza natural, clave del control de los mares Negro y Egeo, paso obligado entre Europa y Asia, estaba destinada a ser deseada por todos. Colonia griega a la que se puso el nombre de Byzantion, transformada en capital por el imperio romano y cristiano, era ya sede imperial más de mil años antes de que fuese conquistada por los turcos otomanos en 1453. Se llamó entonces Estambul y no se desvaneció su deslumbrante historia, porque, también ahora, quien reinaba en Constantinopla lo hacía en el mundo entero. Tres denominaciones distintas para una misma ciudad que vio enriquecer su monumental trama urbana con murallas, foros y columnas, iglesias y monasterios, las reliquias más sagradas... y que había de encontrar en tiempos de Justiniano su marca distintiva, su alma propia: Santa Sofía, la gran iglesia de la Sabiduría Divina, el edificio incomparable. Los viajeros occidentales acudieron a Estambul en los siglos XVI y XVII tras la estela de su evocador pasado ofreciéndonos testimonios sorprendentes. Tampoco los nuevos señores de la ciudad pudieron sustraerse de sus influjos más brillantes, a su encanto milenario. Emplearon buena parte de sus fondos en embellecer la ciudad y velaron por la pervivencia de las tipologías arquitectónicas en su edificios más representativos.