Prólogo de Milan Kundera Así queda de manifiesto una vez más: Arrabal no se parece a nadie y el grado de su desemejanza alcanza el límite de lo concebible. No pareciéndose más que a sí mismo, introduce, sin embargo, en su novela a los personajes de Picasso y Dalí, lo que constituye un juego, pero también una confesión que estos son sus amigos mayores y él es su heredero. Él es el último superviviente de lo que yo llamaría surrealismo hispanocéntrico, surgido de una muy vieja locura barroca, surrealismo cervantino, sombrío y cruel, surrealismo ritual empapado de liturgia que se presenta en él bajo una decena de rostros (liturgias pornográficas, metafísica, retórica, zoológica, etc). Con un ejército de hormigas, de cucarachas, de libélulas que ella observa regocijándose con la poesía pintoresca de sus amores incestuosos una joven habita una indefinible guarida que ella llama invernadero o Firmamento. Por vecino tiene a su abuelo de una sola pierna, por amigo a un japonés obeso Kenko, empapado de pensamiento místico oriental y a Samori, entregado a la joven con todo el peso de su molicie. Ayudada por una navaja que en tiempos Picasso le había dado como regalo-recuerdo, decapita a sus amantes ocasionales, siempre en el momento de su goce. Y es el otro gran pintor, Salvador Dalí, quien le invita a su castillo para asistir a la fiesta más genialmente depravada, la más orgiásticamente orgiaca. Milan Kundera