Estas páginas invitan a los religiosos y a los laicos a que den un gran giro en sus vidas, para así quedar bañados por una nueva luz. En ellas se levanta la voz para dar una buena noticia: la novedad de una nueva relación entre los religiosos y los laicos llega con la vivencia de los carismas, porque los carismas son propiedad de todos. Así, esta etapa permitirá que lleguen días de primavera, nuevas relaciones que llaman a las puertas de nuestros estilos de vida, de misión y de espiritualidad. Ello evitará que la vida religiosa sea autorreferencial, y conseguirá que la vida laical sea carismática, y ambas referenciales, abiertas y acogedoras. Así nacerán las familias carismáticas, que son el tema y el sujeto principal de este libro, en las que los institutos religiosos se conviertan en una de las ramas de un gran árbol. En ese árbol, ninguna rama puede pretender ser dueña del resto, ni tampoco el tronco o las raíces. Todos somos parte, compañeros, amigos, hermanos.