Nota explicatoria, al modo de los libros antiguos. Cuando todavía era mocito adolescente cogí la manía extravagante, incurable enfermedad, de verterme sobre el papel. Me buscaba, padeciendo lo indecible, en un laberinto de sueños, entonces vivos y hoy ya muertos que el tiempo arrasador los pudrió. En aquel entonces la misma muerte era un lejano lujo de exequias y ceremonias, hoy es sombra presentida que remite inequívoca sus avisos premonitorios. Echo los ojos atrás y sigo mis rastros, los encuentro mutilados, en fragmentos, igual que reflejos en un espejo roto. Contemplo con tristeza y melancolía tanto disperso vestigio de mí mismo que si no sirven ya para recomponerme entero sí al menos para rescatarme, herido fruto del naufragio. Día a día, cada domingo, mi nombre y apellido, copia exacta del de mi padre a quien aquí quiero recordar, aparecía en una hoja de aquel Diario de Navarra, ocupando un rinconcito de tinta y allí se hizo mi escribir. Gota a gota se vertió sobre papel llano el pus y el llanto, la pesadumbre, el desaliento, aguas soterradas que en silencio del hondo pozo de mi entraña fluían. Testigos fieles son estos papeles recuperados del olvido y que al sacarlos de entre el polvo quiero dejarlos un poco menos muertos, un poquito más vivos. Esta gavilla de «cosas» como las llamé en su día, es revoltijo de cajón de sastre, escogido y purgado con alguna prisa, les di perfiles de retoque, no sé si hice bien, y ahí están, cada oveja con su pareja. Un poco más viejos y amarillos, eso sí, y yo también y mi corazón fruto seco, pues el tiempo corrompe y destruye cuanto toca. Cada domingo, lo recuerdo, de aquellos viejos calendarios me sentía, en medio de todo, feliz, ignorado, culpable, inocente, sufridor, olvidado y en destierro. Un confinamiento del que aún cumplo condena y Dios quiera que por mucho tiempo. Por lo demás soy campesino que escribe, ama la tierra, escribe, cava, lee, escribe, sueña, recolecta frutos en sazón, lee, escribe, siega, poda, lee, escribe. Viajero infatigable por los antiguos mapas plegados con amor en las carpetas, di veinte vueltas mágicas al mundo mágico y estuve en Filipinas en un bergantín tripulado por un capitán rojo, pasé el estrecho de Magallanes con vientos furiosos, llegué a la isla de Cuba el mismo día y en el mismo barco que el general Martínez Campos, cuando la insurrección, y en el Riff y su campaña y en la guerra nuestra, la del 36. Y alrededor de mi mesa esta ovillándose el cosmos entero, qué mas quiero. Hoy, algo viejo, ordeno estos papeles que salieron en el Diario de Navarra y los veo fatigados, amarillos, como ropas cansadas, sé que son míos, eso sí y se desprendieron de mí dulces y conmovidos, hojas de otoño que el viento abate. Pedazos de mí mismo, huellas muertas, a los que no renuncio y hoy los devuelvo a la luz del día, algo restaurados, cepillado su vestido. Y en cuerpo de libro les deseo lo que el fletador a su barco de vela el día de zarpar: Buenos vientos te de Dios, y a navegar. En Uranzia, villa mayor de la República de Yoar, noviembre de 1985.