Esta es la historia de un singular policía que recibió dos durísimos impactos: uno en acto de servicio y en forma de bala, que no lo mató; otro, el de la crisis, en forma de torrente de malas noticias, que sí lo mató. Esta es la historia de la destrucción de un hombre por la angustiosa e insufrible catarata de situaciones catastróficas publicadas en la prensa durante cinco años, por la variedad y gravedad de las corrupciones en serie, por la imagen omnipresente del mal y de la estupidez que en España se imponía (o se impone) mientras la clase política se mostraba mediocre e incapaz. Esta es la historia (mezcla de ficción y realidad) de la crisis de un cerebro hasta su voladura controlada. ¿Qué dosis de verdad puede soportar un hombre? ¿Pueden las malas noticias diarias, desde 2008 a 2013, matar al tipo que las lee, las sufre y las analiza? La respuesta del autor es contundente: pueden. Esta es la historia de un juego perverso, de un reality-show extremo, cargado de ironía y humor negro. El reality de un suicida amante de la originalidad y del escándalo como manifestación pública efectiva y revulsivo contundente ante la situación desesperada de un país. Esta es la historia del primer gran mártir de la crisis, del comisario Harold García, quien propone a modo de solución definitiva (o casi) para nuestros muchos males nada menos que la inmolación colectiva: «Los pobres, los parados, los desesperados -dice- sólo han aprendido a juntarse para gritar, pero eso no sirve ya para nada; hay que buscar otras fórmulas».