En los últimos treinta años, el mapa español ha sufrido en sus carnes un impresionante proceso de urbanización dispersa. Las densidades de población han disminuido y han florecido por doquier las criticadas urbanizaciones mesocráticas, las autopistas y las autovías se han convertido en el esqueleto ordenador del territorio, han proliferado los grandes centros comerciales... Todo ello ha implicado un cambio importante para las ciudades preexistentes. Sin embargo, tras un proceso de adaptación, lo cierto es que también ellas se han beneficiado de la reducción del amazacotamiento e incluso en nuestras latitudes se ha percibido ya puntualmente el fenómeno anglosajón del back to the city (vuelta a la ciudad). En conjunto, por tanto, la calidad de la vida urbana ha mejorado y han aumentado las posibilidades para elegir dónde vivir, dónde trabajar o dónde comprar. La ciudad dispersa se ha puesto de largo en nuestro país. Esta evolución ya se había conocido antes en Estados Unidos, donde se le dio el nombre de sprawl, aunque no siempre fue fácil definirlo. También se ha vivido en Europa, desde luego. De ello se deja amplia constancia en el texto y se describen de forma clara los paradigmas de la urbe desparramada y de la urbe compacta. En general, este panorama no era tratado por juristas y hombres y mujeres de leyes, que preferían dejarlo en manos de otros especialistas. Sin embargo, en los últimos años el gremio se ha movilizado y ha calificado como etapa fasta y enloquecida a los mejores lustros de las ciudades españolas. Finalmente, la legislación ha configurado el modelo de la ciudad compacta y lo ha convertido en el mito que debe conducir los esfuerzos ordenadores. Un mito que se alimenta, desde luego, con programas concretos: centralización y contención en general y reglas específicas para bloquear la actividad periférica. Todo ello es examinado en estas páginas, combinando los perfiles jurídicos con reflexiones tomadas de otras disciplinas. El autor (que prefiere vivir, por cierto, en los viejos cogollos urbanos) expone también interesantes aportaciones de la experiencia norteamericana, en la medida en que pueden jugar como antecedente de lo ocurrido luego en Europa y en España. Un libro, pues, que rehúye los llantos de Jeremías y que no juzga negativamente el urbanismo de estos últimos decenios. En el texto se observa, más bien, una discreta desconfianza ante el corsé legal diseñado para satisfacer el mito.