FERNANDO VALERO (Écija, 1855-Moscú, 1914), siguió la senda artística de los mejores cantantes líricos del panorama internacional del último tercio del siglo XIX, como fueron Julián Gayarre, la contralto Elena Sanz, o Enrico Tamberlick, su descubridor. También compartió cartel con las sopranos más importantes de su generación, Emma Albani y Adelina Patti. Valero fue tan destacado en su momento, que el propio Puccini llegó a considerarlo como su segundo mejor tenor, poco después del estreno de la ópera Manon Lescot. Su carrera ascendente se frenó casi en seco por problemas pulmonares. Aún así, tuvo el tiempo suficiente para conquistar los mejores teatros europeos y americanos. Residió mucho tiempo en Sevilla (C/ Miguel Cid, 8), y fue un habitual en el Teatro Real de Madrid y en el Liceo de Barcelona durante muchas temporadas seguidas. Tras abandonar su carrera, pasó su última década en San Petersburgo, su mujer era rusa. Finalmente, murió en Moscú, al no superar una operación quirúrgica. Justo en el crepúsculo de su carrera, en 1903, inmortalizó su voz en algunas grabaciones que fueron de las primeras realizadas en la historia de la música .