El hombre es creado para vivir. Y para morir. Y para vivir. Tal es el ritmo cristiano de la existencia: vivir-morir-VIVIR. Suprímase el tercer elemento, y la vida es una atroz decadencia (Aleixandre decía que la vida es la juventud y una larga decadencia). San Pablo nos dice que el hombre querría saltarse la segunda etapa: cosa imposible. Pero adelantar la tercera etapa en la conciencia, con convicción, es base de la esperanza. El anciano, el que se encuentra en lo que ha dado en llamarse ""Tercera Edad"", se acerca al punto de intersección en que una vida, salvación en proceso, va a desembocar en otra vida, salvación definitiva. La última etapa puede ser lenta o vertiginosa, puede discurrir vacía o podemos llenarla. En todo caso, hay que salvar la vida y salvar la muerte, para ponerse finalmente, definitivamente, a salvo. A eso van dirigidas estas páginas (para creyentes, puntos de meditación: para no creyentes, testimonio de una convicción), dominadas por el tema de la Esperanza, una de las vitudes teologales. Y, si hay que escoger una frase como lema, tomémosla de la liturgia: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: ¡ven, Señor Jesús!