Todos nosotros, alguna vez (que puede ser interminable, toda la vida), o varias veces, infinitas, nos hemos sentido encarcelados, en la prisión de nuestra propia soledad. Esa opresión que va royendo y escarbando en nuestros ánimos, hasta aniquilarlos. Y todos nosotros hemos confiado alguna vez (esas veces que nos derrumbamos porque todo es mentira), en la amistad, en la dulzura de una sonrisa, en lo que los herederos de la religión llaman amor. Y todos nosotros (alguna vez), nos hemos visto zancadilleados por lo que llamamos, para no caer en su punto de mira (no nombrarlos puede salvar momentáneamente), ""ellos"", ""el poder"", ""el sistema"". Y todos nosotros, casi todos, caemos en la trampa, en la tentación de este mundo inventado por los padres de la religión: ascender, ascender, subir los escalones, triunfar. Y las escaleras son horizontales para casi todos nosotros. Mentiras que nos ponen vestidas con la más hermosa desnudez. ¿Y donde está la verdad? ¿Cuál es la verdad? Escaleras horizontales.