La comunidad morisca de Huesca supone la pervivencia en la ciudad de la antigua comunidad mora, si bien el obligado bautismo en el primer cuarto del siglo XVI significó la pérdida de la personalidad jurídica y religiosa que regía su vida desde fines del siglo XI. Hasta su expulsión, que en Huesca tuvo lugar definitivamente en 1610, los moriscos serán unos oscenses más desde el punto de vista legal, pero su realidad es la de una minoría marcada y con frecuencia acosada, especialmente por las instituciones religiosas y la Inquisición; será la Iglesia en último extremo la responsable de la expulsión. La población -más numerosa de lo que tradicionalmente se ha venido afirmando-, la clara estratigrafía social -con una aristocracia minoritaria pero muy poderosa y una mayoritaria clase media de artesanos-, la intensa actividad económica en los ramos del comercio, el metal, la alfarería, el cuero, la agricultura y la construcción, pero también las grandes operaciones especulativas llevadas a cabo con la alta nobleza y el clero por las dos familias más ricas, los Compañero y los Çafar, quedan perfectamente reflejadas en los más de dos mil documentos estudiados. Pero también se analizan detalladamente aspectos de su vida cotidiana, de la transmisión de bienes, del concepto de familia, de la casa, de los ajuares y el amor por el lujo, e incluso sus sentimientos religiosos, que se debatían entre sus viejas creencias y las que les fueron impuestas.