Desde que, a los veintidós años, vistió la toga de abogado, Julián Ríos ha dedicado su vida a pedir justicia... y, sobre todo, a practicarla: desde hace años, y movido exclusivamente por su fe en Jesús y su amor a los seres humanos, comparte su vida con aquellos a quienes nadie quiere y todo el mundo margina (drogadictos, enfermos del sida, ex-presidiarios...) En su piso de Madrid los acoge y les ayuda a reconciliarse con la vida y consigo mismo y a vivir cada día con toda su intensidad, como si cada día fuera el último... Y lo hace como es él: con la naturalidad que surge de esa elemental ingenuidad de quien tempranamente ha buceado en los adentros del alma para fijarse en lo esencial y descubrir que el ser humano es radical, sustancial y esencialmente bueno.
Pero este descubrimiento no es gratuito. Para afirmarlo con autoridad ha tenido que fondear en puertos poco visitados de desgracias ajenas, vidas y familias quebradas, angustias compartidas y no pocas lágrimas gastadas: lágrimas de las reales, de ésas que escurren por la mejilla cuando el corazón rebosa impotencia.
Para comunicar su experiencia, Julián quiso escibir este libro, que rezuma esperanza en cada una de sus páginas. Una esperanza construida desde la solidaridad con los excluidos y desde los lugares naturales para desesperar. No es una novela. Es la vida misma, frágil y fuera, en toda su crudeza y con toda su ternura. Es la lucha contra la cárcel y los virus del sida; pero quebranta más muros que los penitenciarios y deja libres virus más saludables que los del VIH.