La figura de Balthus muestra siempre un aura de misterio. Por el mundo de su infancia transitan personajes tan ilustres como Rainer Maria Rilke, quien ya intuye su genio. Los grandes maestros clásicos-Piero della Francesca, Velázquez y, por encima de todo, Gustave Courbert, guían el aprendizaje del joven Balthus, siempre autodidacta, cuya pintura muestra la inclinación del artista a reflejar su mundo interior. Balthus aspira a una pintura alejada de las modas y las vanguardias de su tiempo, como también a una forma de vida que no se corresponde ni con el siglo que le ha tocado vivir ni con sus orígenes, de ahí que se construya una identidad que evoca la grandeza y la pureza de espíritu de un pasado que venera. James Lord entra en el universo particular de Balthus de la mano de su amiga Dora Maar, primero en París y después en el château de Chassy, donde Balthus fija su residencia en los años cincuenta. A través de pequeñas anécdotas y de una minuciosa observación del personaje, Lord construye un retrato cautivador de uno de los artistas más fascinantes del siglo XX. Detrás de su escritura, aparentemente ligera, ocurrente y a menudo irónica, se esconde una reflexión profunda sobre la vida de los artistas, sobre su esfuerzo por crear una identidad y una obra cuya trascendencia es incierta.