El flamenco, y mucho más aún el cante jondo, parece moverse en un mundo oscuro, cargado de sobreentendidos accesible sólo para un reducido círculo de iniciados. Palabras como «duende», «rajo» o la misma «jondo» tienen un cierto regusto mágico, casi de aquelarre. Y algo de eso tiene el flamenco. Si hay una música profana, hasta en sus manifestaciones más cercanas a la liturgia cristiana, ésa música es el flamenco. Si hay una música en la que el hombre es centro, ésa música es el flamenco. El cantaor, el bailaor, la guitarra, nos cuentan siempre una historia, una historia que nunca aparecerá en los libros de Historia, en la que las penas o alegrías, la pasión, la rabia, el amor, se viven; no se interpretan. Juan Diego Martín Cabeza (Sevilla, 1976) desciende de una familia dedicada al flamenco y a la pintura; comienza a aficionarse al cante a través de la guitarra y de artistas como Pastora, Mairena, Fernanda, Terremoto o Menese; pero será después de la muerte de Camarón, en 1992, cuando verdaderamente se compromete y centra sus intereses en todo lo relacionado con esta manifestación artística. Licenciado en filosofía, ha trabajado en la Bienal de Flamenco de Sevilla como coordinador de exposiciones y publicaciones. También ha colaborado en la realización de dos documentales flamencos en los museos de arte contemporáneo Vostell y MEIAC, de Extremadura. En la actualidad trabaja en el secretariado de Promoción Cultural de la Universidad de Sevilla. Prepara un libro sobre El flamenco y la pintura y su tesis, que aborda la relación de los flamencos con las artes plásticas, el teatro, la poesía, el cine y la política de los años sesenta y setenta en España.