Una historia repleta de amor, superación y conflictos internos desde la perspectiva más frenética e ingenua de la adolescencia.
«Si algo he aprendido con el tiempo es que es más fácil autoengañarse que solucionar los problemas. Lo que también me ha llevado a aprender que hacer precisamente eso se convierte en EL gran problema. Supongo que esta historia va de eso, de cómo me di cuenta de que era una gilipollas integral».
Sí, porque el cáncer se llevó a mi madre; la cárcel, a mi padre, una joyita en todos los sentidos, a quien espero no volver a ver en mi vida; y a mí el odio, la venganza y una relación amorosa equivocada me condujeron al peor de los abismos: no saber quién era, qué quería o qué y a quién amar.
Me llamo Elinor, un nombre raro, lo sé, es por una de las protagonistas de Sentido y sensibilidad y? no os explico más, porque en esta historia, hasta los nombres tienen su aquel. Pues bien, quiero contaros lo que me sucedió a los diecisiete años, cuando, a la muerte de mi madre, tuve que irme a vivir, hasta la mayoría de edad, con mi tía Mónica y Cristina, su mujer; cuando Javi, mi novio, o lo que fuera aquello, me hizo lo que me hizo; cuando el chico más guapo y más amable que me había encontrado en mi vida me devolvió las ganas de dibujar, las ganas de bailar y, sobre todo, me enseñó a amar como la libélula que soy: con el cuerpo relajado y tranquilo y el cerebro a mil revoluciones por minuto.